martes, 10 de julio de 2012


Ella revolución.
Miraba todo desde su balcón, pero con algo bastante llamativo, o quizás bastante particular. La revolución en su frente…Si creo que era eso, la revolución en sus ojos.
El pelo le venía dado. Rodete o suelto, eso no era de preocuparle.
Su belleza no le daba contención, ni sospecha de ella. Su belleza la daban sus ojos, su frente, su revolución, si si, su revolución nuevamente.
Y sin soles, sin flashes, ni tanta presunción. Sin circo, sin juegos, sin lecturas previas. Plena.
Seguía mirando desde arriba, pero a su vez bien abajo, lo más abajo posible. Ella enseño a mirar desde arriba bien, bien, abajo, en esa profundidad casi escondedora. Ahí, dónde el pueblo se reunía, tomaba mate y se rascaba la panza.
No le daba miedo ni siquiera la muerte. Preciosa ante ella la espero, preciosa con su pelea siempre despierta. Nunca cabizbaja, ni en la peor de las espera. Ni en su lecho, en la presunción de lo que el pueblo odiaba pensar. Ni ahí, se dejo vencer.
Hoy perdura acá, en mi pecho, en mi mente, en el recuerdo de no conocerla, pero si amarla.
En todos mis días, en lo que digo, en cómo me visto, en mis derechos. Entendes?? Mis derechos.
En mis palabras, en todo lo creado, en ese nuevo arte que jamás ningún poeta haya podido realizar.
La mujer que adorno ese balcón con su elegancia. Que adorno la palabra mujer con toda su expresión, su vida, su multitud, con su amor, sus brillos en los ojos, en la frente…Y sobre todo en su revolución.

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