Ella revolución.
Miraba todo desde su balcón, pero con algo bastante
llamativo, o quizás bastante particular. La revolución en su frente…Si creo que
era eso, la revolución en sus ojos.
El pelo le venía dado. Rodete o suelto, eso no era de
preocuparle.
Su belleza no le daba contención, ni sospecha de ella. Su
belleza la daban sus ojos, su frente, su revolución, si si, su revolución
nuevamente.
Y sin soles, sin flashes, ni tanta presunción. Sin circo,
sin juegos, sin lecturas previas. Plena.
Seguía mirando desde arriba, pero a su vez bien abajo, lo
más abajo posible. Ella enseño a mirar desde arriba bien, bien, abajo, en esa
profundidad casi escondedora. Ahí, dónde el pueblo se reunía, tomaba mate y se
rascaba la panza.
No le daba miedo ni siquiera la muerte. Preciosa ante ella
la espero, preciosa con su pelea siempre despierta. Nunca cabizbaja, ni en la
peor de las espera. Ni en su lecho, en la presunción de lo que el pueblo odiaba
pensar. Ni ahí, se dejo vencer.
Hoy perdura acá, en mi pecho, en mi mente, en el recuerdo de
no conocerla, pero si amarla.
En todos mis días, en lo que digo, en cómo me visto, en mis
derechos. Entendes?? Mis derechos.
En mis palabras, en todo lo creado, en ese nuevo arte que
jamás ningún poeta haya podido realizar.
La mujer que adorno ese balcón con su elegancia. Que adorno
la palabra mujer con toda su expresión, su vida, su multitud, con su amor, sus
brillos en los ojos, en la frente…Y sobre todo en su revolución.
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