domingo, 30 de junio de 2013

Alcances y límites del concepto “la patria es el otro”

 

             
 Por José Pablo Feinmann
El tema del Otro refiere –en uno de los tantos abordajes de la cuestión– al pensamiento de Emmanuel Levinas. Se trata de una ética de la alteridad. En Hegel la alteridad es negación. “Toda determinación es negación” es uno de los conceptos centrales de una filosofía que interpreta lo Otro (usamos la mayúscula en la tradición de Levinas) como negación dialéctica, de esa negación surgirá el tercer momento de una historia sustancial, con decurso necesario, teleológica, que apunta a una superación final de las contradicciones. Levinas plantea una ética de la alteridad porque el Otro me es necesario para ser yo. No puedo ser yo sin el Otro. Está ahí su rostro y en ese rostro puedo ver que no existo solo y que el Otro no existe para negarme sino para completarme. Esta ética de la alteridad lleva hoy a una ética de la diferencia. Yo no soy yo. Existo en tanto diferencia. En un mundo en que todos son diferentes de mí y yo diferente de todos. Mi presencia no es una solidez autónoma que se inscribe en una historia lineal en la que encuentra su sentido en la medida en que se lo otorga. Toda presencia es diferencia. Soy diferencia de lo que yo no soy. No soy lo que lo otro es. Pero, al no ser mi presencia completud, totalidad autosuficiente, necesito del Otro, de su diferencia para establecer un yo, así como el Otro necesita de mí para ser él. Esta es la ética de la alteridad. Una ética en que la alteridad (el Otro) es fundamental, no como elemento antagónico, no como expresión de conflicto, sino como rostro en el que me espejo. Ese Otro soy, también, yo y sin él no podría serlo. Lo mismo le sucede al Otro en su relación conmigo. El pensamiento de Levinas debe instrumentarse en toda teoría de la violencia. Hace unos cuantos años, a raíz de un texto de Oscar del Barco, estalló un debate sobre el tema. Los materiales se recopilaron en un libro que llevó por nombre Sobre la responsabilidad. Levinas fue uno de los autores más citados. Si necesito al Otro para ser yo, ¿cómo habría de matarlo?
Dentro de este marco conceptual (Levinas es un autor bastante oscuro) se inscribe la frase que CFK lanzó recientemente: “La patria es el otro”. Lo que dice ese concepto es que resulta imposible edificar una democracia (o una patria democrática) sin una ética de la alteridad que haga del Otro lo presente en mí, completándome. Toda declaración sobre los derechos humanos, que defienda el derecho sustancial de la vida, desde la de las Naciones Unidas de 1948 hasta el discurso de Esteban Righi a la policía de junio de 1973, parte de la afirmación absoluta del respeto a la vida del Otro. Esta concepción fue derivándose hacia la exaltación de la diferencia. Al respeto por el diferente. En el sistema lingüístico de Ferdinand de Saussure todo elemento establece una diferencia con otro. Surge en tanto diferencia. Pero ningún elemento está completo en sí. Ninguno es presencia absoluta. Al ser cada uno diferencia de otro, en toda presencia hay una despresencia. Al requerir al diferente para completarme, el diferente es una despresencia que me señala la necesidad de pertenecer al sistema en tanto alteridad que requiere de las otras alteridades para buscar su plenitud. La patria es el otro significa, entonces, que necesito del otro para hacer la patria. Sin el otro no hay patria posible. Nadie puede creerse la patria. La patria es una urdimbre de otredades que se requieren las unas a las otras.
Estas ideas implican el esfuerzo tal vez más sólido para la creación de un mundo sin muertos, de una sociedad del respeto y del diálogo, una sociedad de la vida que erradique el odio y la muerte, que es su consecuencia. Surge como un deseo siempre irrealizable. La Declaración de 1948 a nadie frenó para hacer la guerra. El discurso de Righi sirvió para que se burlaran de él. No mejoró a la policía. La policía fue moldeada por Camps, no por el humanista Righi.
No bien CFK lanzó ese concepto en tanto consigna democrático-política se alzaron las voces previsibles. ¿Qué podía decir la derecha sino que ella era la que menos derecho tenía a decir esa frase? Que ella no respetaba la disidencia o lo diferente. ¿Cómo podría hacerlo un régimen autoritario, que negaba la propiedad privada y la libertad de prensa? (Sin olvidar la inevitable referencia a la corrupción.) Ya se sabe: quienes dicen esto son los que apoyaron a los sanguinarios gobiernos masacradores de la historia argentina, los que nunca llegaron democráticamente al poder. (¿Cuándo la derecha argentina impuso sus planes económicos por medio de la democracia? Nunca. Siempre fue primero la espada, después la economía. Siempre fue llegar al gobierno por medio del fraude o de la violencia.) Sin embargo, una Presidenta que llega al gobierno con un 54% de los votos recurre a la vertiente leviniana de la filosofía –que sus oponentes deben ignorar por completo– para proponer una democracia para todos, que no vea en el Otro al enemigo sino al que necesito para fundar un orden basado en la no violencia, en el respeto de las personas. La izquierda también previsiblemente habrá objetado: ¿cómo ver la patria en el otro si son los otros los que se la robaron y se la roban día a día? CFK decidió bajar el concepto a tierra y precisarlo: “La patria es el otro, es el que todavía no ha podido conseguir trabajo, o que consiguiéndolo no está registrado (...) la patria es el que todavía trabaja y lucha para tener su casa propia; la patria es el joven que no estudia porque tiene que trabajar para ayudar en su hogar; el otro es el que sufre adicciones, y que tenemos que rescatarlo; la patria es estas mujeres que han luchado 35 años pidiendo justicia; la patria es esos miles y miles de emprendedores”. Al afinar el concepto desde su opción política no pudo sino incluir los conflictos: la patria es el otro, pero no todos son el otro. Porque si la patria es el que no ha conseguido aún trabajo sabemos que otro, que se cree la patria, se lo niega o ha contribuido a empobrecer el país y eliminar la posibilidades del empleo para todos. Si la patria es el joven que no puede estudiar por verse obligado a contribuir en el sustento de su casa es porque otro, que también se cree la patria, le quitó su participación en la renta nacional, se la devoró. Y, en fin, si la patria es el otro y el otro son “esas mujeres que han luchado 35 años pidiendo justicia”, ¿cómo podrían ser el otro y construir una patria para todos con todos esos otros que asesinaron a sus hijos? “La patria es el otro” es una frase utópica y hermosa. Lo dijimos: es la única posibilidad de fundar una ética de la alteridad, de la vida, del respeto a los demás. Pero las que triunfan en la historia no son las utopías, sino las distopías. No sé si la Presidenta cree que el Otro es el que le grita libremente en las calles de su Gobierno –al que acusan de autoritario y protonazi– “yegua, puta y montonera”. Pero ese otro no busca completar a nadie ni hacer una patria para todos. Busca una patria para pocos y ni siquiera piensa en la palabra patria. Piensa en sus intereses particulares: que no le toquen los dólares, por ejemplo. Además, en un mundo globalizado en que las estrategias de la derechas nacionales se diseñan en el imperio y se comunican por medio de las embajadas, ¿dónde está la patria? La patria sería nuestra Suramérica, agredida por el poder mediático extraterritorial, que apela a la mentira, al escarnio. ¿Qué puede un neogandhismo contra un poder globalizado, colonialista y bélico? El otro, el otro que quiere la patria para él y para sus socios, ni siquiera decide y actúa desde la patria. Para ellos, la patria ha muerto. Es un concepto arcaico. Pertenece al cajón de trastos usados de los populismos nacionalistas. Ya no hay patria. Hay intereses globalizados.
Sin embargo, no es aconsejable seguir la metodología de los que ven en la diferencia una alteridad bélica, una lógica del enfrentamiento y no el respeto para construir un espacio común que nos incluya a todos en la diversidad, pero en el compartido respeto por la vida y los intereses de las mayorías. Esa metodología nos llevaría a ser como ellos. Creo en esa ética que propone Levinas porque nos invita a huir de la muerte. Pero no pretendo que todos crean en ella. Vivimos y viviremos largamente aún en un sistema que –como Gordon Gekko en Wall Street II, film de Oliver Stone– propone: Greed is good (La codicia es buena.) Esta frase se inspira en una que dijo un agente de bolsa en la Escuela de Negocios de la UC Berkeley, en mayo de 1986, cuando el capitalismo se desbocaba hacia la crudeza neoliberal. Fue un tipo importante durante la década del ’80 y se supone que inspiró al personaje de Gordon Gekko, sobre todo por esa charla que dio. Se llama Ivan Boesky y dijo: “No hay mal en la codicia. Sepan esto: creo que la codicia es sana. Uno puede ser codicioso y vivir en paz con sí mismo”. ¿Qué tiene que ver un predicador de la codicia con una ética de la alteridad? Para el codicioso, el Otro, no sólo no es la patria, sino que es un obstáculo a eliminar si no se le somete. La sorpresa y el odio de los poderes fácticos de la Argentina ante el gobierno de CFK es que no se le someta. Esto se inicia cuando Néstor Kirchner rechazó el pliego de condiciones de José Claudio Escribano. Ese no sometimiento despertó el odio del establishment. Ese odio fue creciendo con todo lo que vino después. Insuficiente para la izquierda, como siempre. Excesivo e insultante para la derecha, como siempre. Habrá, pese a todo, que insistir con la frase: “La patria es el otro”. Porque es nueva. Porque nunca se propuso en este país. Pero no será aconsejable olvidar que ellos, el poder, el establishment, los monopolios, jamás pensarán que la patria son los otros. Sino que pensarán lo que siempre pensaron: que son ellos, solamente y nadie más que ellos.

sábado, 29 de junio de 2013

Estrella de mar

En el fondo del mar dicen que vive una estrella, entre muchas otras,
que no brilla ni es hermosa para proteger su especie.
Se pregunta y se dice por las noches y los días, para que brillar si aquí todo es oscuridad.
Su suerte se ha vuelto de lo peor,
Si por alguna razón alguien la ve, es que muerta ha de estar.
Pobre estrella de mar, nunca podrá brillar.
Pobre estrella de mar, oculta vivirá, vivirá.
Alguien se atreverá a imaginarla, quizás flotando en el mar.
Alguien con su idea la reviva llena de fulgor.
Pobre estrella de mar, siempre quieta cuasi muerta.
Pobre estrella de mar, un capricho natural.
El mar desquiciado a su antojo sacará,
Con cada oleaje la golpeará, hasta quitarle su último sueño.
Ya no quiere ser estrella, y menos que menos de mar.
Pobre estrella de mar.

domingo, 16 de junio de 2013

El origen

           

 Por José Pablo Feinmann
Dos oficiales se allegaron hasta la tienda del general Roca y pidieron hablar con él. Bajo su orden, les permitieron la entrada.
–Digan –seco Roca, sin mirarlos. A la luz de una lámpara estudiaba unos mapas.
–Se trata de dos caciques, general. Vinieron en son de paz.
Roca los miró. Los oficiales quedaron helados por la fijeza de esa mirada, de esos ojos claros y feroces hechos para el mando, para la sumisión de los otros.
–¿Paz? ¿Son idiotas ustedes? No hay paz para los salvajes. ¿Lo saben o no? De saberlo, me habrían traído sus cabezas.
–Se ofrecieron como rastreadores –dijo el oficial más decidido. Acaso el que menos miedo le tenía al general. El único que habría de tener el coraje de afrontar esa conversación con él.
–Dicen conocer hasta el último cascote de este territorio. Pensamos que ese conocimiento podría interesarle a usted. Por eso aún conservan sus cabezas, general.
–Tráiganlos.
Los caciques eran altos, fuertes, con ropa limpia, el orgullo intacto.
–No me interesa conocer cascotes –dijo Roca. –Vine aquí a cazar indios. A matarlos. A limpiar el territorio porque el progreso tiene sus leyes. La primera es terminar con la barbarie.
–Nosotros podemos ayudarlo, general. Hace unos años estuvimos en Buenos Aires. Sabemos qué es la civilización. Sabemos el derecho que tienen los hombres ilustrados para expandirla en estos territorios salvajes. No somos traidores. Somos distintos.
Llevaron a cabo una tarea eficaz y devastadora. Le señalaron a Roca hasta los escondites más inhallables de los indios que el general tenía necesidad de matar para saciar su sed, que era la del progreso. Al terminar la campaña, Roca los premió con tierras generosas, extensas.
–Se las ganaron –dijo el general. Y hasta les estrechó las manos.
Cada uno se construyó una casa. Previamente se dividieron la tierra. Lo mismo para los dos, hasta el último centímetro. Ser justos entre ellos los volvió amigos, pero no socios. Uno se dedicó a la cría de ganado. El otro, a nada. Un hecho inesperado (que supo presentir) le cambió la vida. A las mañanas, el sol parecía obstinarse en caer sobre un montículo, darle calor y sacarle unos brillos extravagantes. El cacique se dijo que eso era una señal de los dioses. Lo habían bendecido y él sabría aprovechar esa generosidad, sí. Lo que brillaba en el montículo era oro. Empezó a cavar y descubrió que el oro no sólo estaba sobre el montículo, sino que se hundía en lo profundo y no parecía terminar nunca. Era rico.
Esa noche se emborrachó. Bailó como el guerrero que había sido. Bailó bajo la luna y elevó un canto de gratitud a los dioses. Entonces lo vio. El otro cacique lo miraba sin entender, pero sospechando. Le preguntó por qué tanta alegría. Y el pobre indio, de borracho que estaba, de bendecido por la suerte que se sentía, y hasta de querido y cobijado por los dioses, le dijo la verdad. Que era rico. Que en su tierra había oro. Que conchabaría gente en el pueblo más cercano y haría una mina. Que en menos de un año tendría tanto dinero que se iría a vivir a Buenos Aires, ya que ahí pertenecía, ahí había vivido y ahí le gustaba vivir, como un hombre ilustrado, un hombre del progreso. El otro lo escuchaba en silencio, ni una palabra decía. Sólo lo miraba, apenas eso. La luna estaba muy alta, era circular y helada. Algunas nubes la oscurecían y echaban sombras sobre la tierra. El cacique siguió bailando y siguió bebiendo ese aguardiente áspero, que lo ponía cada vez más turbio, vulnerable. El otro le hundió el puñal en medio del pecho cuatro, cinco y hasta seis veces. Después lo enterró lejos, donde nadie que no fuera él podría encontrarlo.
Lo que el muerto quería hacer lo hizo él. Conchabó gente en el pueblo, construyó una mina y se hizo rico. También se hizo una casa suntuosa, para no irse nunca, para vivir ahí toda su vida, que sería larga. No quería asentarse en Buenos Aires. Siempre sería un indio, nunca un ilustrado, nunca un hombre del progreso. Eso les dejaría como legado a sus herederos. Porque tendría hijos. Porque se traería de Buenos Aires una mujer blanca, hermosa. Se casaría con ella y con ella tendría sus hijos. Sus herederos vivirían en esa Buenos Aires que a él –lo sabía bien– le estaba negada. “No importa. Voy a fundar una dinastía, los míos tendrán poder, indios con tierras y con dinero no son indios, son ciudadanos”, se dijo, sentado en una silla de mimbre en la galería de su mansión, con una felicidad calma, algo adormecido, para siempre saciado, el cacique Patoruzú, rastreador de Roca, traidor a los suyos, asesino de su compadre, explotador de esos pobres hombres que trabajaban de sol a sol en su mina de oro inagotable, infinita como la perversidad de su alma.

domingo, 9 de junio de 2013

Ausencia

En qué silencio abra alguna respuesta? En que instante todo tiene lucidez? Cuáles son las maneras de corregir lo malo?
Me cuesta trascender a estados mejores. Soy una mujer cansada, harta y que encuentra obligaciones hasta dónde se puede crear.
Rumiante y acostumbrada, seca y pálida, abrazada a viejos ideales, con una valija sumamente llena y un cuerpo totalmente desgastado.
La lucha interna comienza en el día y termina por definición en la cama.
Escucho guitarras, pianos tal vez. Algunos atisbos de arte que me superan. No se si en todos falto yo, o todos están más presentes que nunca.
Es la ausencia mi mejor demostración. De dónde será que mi ser es tan ausente?
Del abandono precoz de un padre que vuela sin motivos? O de una madre que desbordada por su mundo elige u opta por mamar con un solo pecho?
Cualquier opción es válida diría un choice capcioso. Vaya uno a entender la psiquis propia.


CADA CUAL TIENE UN TRIP EN EL BOCHO, DIFICIL QUE LLEGUEMOS A PONERNOS DE ACUERDO.


sábado, 8 de junio de 2013

Etica, y no oro y plata

          

 Por Osvaldo Bayer
¿Trasladamos los argentinos el monumento a Colón que está frente a la Rosada a Mar del Plata o lo dejamos ahí? Se ha iniciado el debate. Muchos dirán: miren lo que les preocupa a los argentinos, un monumento, en vez de entrar al debate sobre problemas mucho más fundamentales, por ejemplo sobre la división ideológica en que ha caído últimamente la sociedad que tiene tantas experiencias dolorosas en represiones y dictaduras. En vez de discutir cómo superar diferencias fundamentales, se discute si ese personaje histórico llamado “descubridor” de América merece o no estar en el lugar más importante, tal vez, de la representación popular: frente a la Casa de Gobierno de la Nación.
Y sí, es importante discutir ese tema. Debatir si Colón sí o no. Tiene que ver con el concepto político que debe tener delante de sus ojos el pueblo. Aceptado en su principio ese monumento por un gobierno conservador, cuidadoso vigilante de la disciplina de un pueblo dividido en aristocracias, una clase media siempre obediente y una clase obrera explosiva pero más que justa en el pedido de sus reivindicaciones, el gobierno de ese tiempo aceptó poner el monumento frente a la Casa Rosada, tal vez el lugar más privilegiado. Una especie de regreso a la colonia de la historia oficial, a la obediencia debida a Europa. En aquella época en la cual la Argentina futura iba a descender de los barcos.
La disyuntiva definitiva hoy: o nos sentimos europeos o queremos ser lo que somos, latinoamericanos. Entonces, ¿preferir a Colón que nos dicen que “descubrió América” o a Juana Azurduy, aquella gaucha que luchó hasta el final para que esta tierra fuera libre, propia, con rasgos de sus ancestros? El llamado progreso europeo, con sus lacras de guerras, represiones, luchas religiosas, fábricas de armas, el cuidado de fronteras como máxima preocupación y una lucha de clases injusta entre una misma población. El egoísmo como máxima regla en la vida. Eso fue lo europeo como norma, a pesar de sus mártires y profundos pensadores. U optar por lo latinoamericano, ir a las raíces y respetarlas, pero en trabajo conjunto.
Colón vino en busca de riquezas y las encontró. No fue descubridor de nada. Las culturas de estas tierras que ellos llamaron americanas ya existían desde hacía siglos. Es lo mismo que un nativo de estas tierras hubiera desembarcado en Europa, en el siglo XI, por casualidad, navegando a remo y lo hubieran titulado “descubridor de Europa”. Colón no es un grande de la historia. Es apenas un sagaz navegante, atrevido buscador de oro, al que no le importa esclavizar y matar para obtener sus metas. Lo dicen sus cartas al rey católico de España, tan bien analizadas por Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América latina.
Colón no es ninguna figura heroica ni limpia, Con su “descubrimiento”, España, el país a quien servía –ni siquiera lo hizo por su patria–, comenzó una acción de cruel despojo y explotación al máximo esclavizando a la población original de estas tierras. Un verdadero “imperialismo”, además de tratar de superar a Gran Bretaña en el tráfico de esclavos africanos.
Se pueden ver en los archivos oficiales las decisiones de los virreyes españoles otorgando el libre comercio de esclavos en el Río de la Plata, con los buques ingleses en el puerto de Buenos Aires. Por eso, los argentinos, a las calles más connotadas del barrio bien de Belgrano, donde están las mejores residencias, les hemos puesto el nombre de todos los virreyes, en honor a su cultura europea.
De no haber sido “descubierta” por Colón, tal vez, hoy, América sería un jardín inmenso con miles de pájaros y flores, tal como la describió Alexander von Humboldt en su libro Viajes por América, escrito a fines del siglo XVIII y principios del XIX, donde también describe el trato indigno e inhumano que daban los conquistadores españoles a los pueblos originarios.
Nuestra admiración tiene que estar en los hombres de ciencia europea, sí, en sus filósofos, músicos, poetas, pero jamás en sus explotadores de los pueblos, los “conquistadores” y genocidas.
Dejar el monumento a Colón delante de la Casa de Gobierno es un insulto a todos los grandes patriotas –hombres y mujeres– y soldados criollos que lucharon contra el coloniaje y por nuestra independencia. Y contra nuestros pensadores y ejecutores de la libertad del coloniaje occidental y cristiano.
Sostengo que es exacta y racional la decisión de poner allí un recordativo artístico a la figura de Juana Azurduy porque también las mujeres hicieron nuestro país y justamente esa madre es todo un ejemplo heroico. Juana Azurduy, que perdió a su marido y a sus hijos en la lucha por la liberación contra el rey católico de España y toda su cohorte uniformada de militares y clérigos, más los pequeños tiranos de oficina, aquellos denominados funcionarios “coloniales”.
Juana Azurduy, un ejemplo. Su amor por la tierra, el recuerdo de sus seres queridos caídos en defensa de la Revolución de Mayo, allá en el lejano Norte, enfrentando a los uniformes realistas llegados de Europa para quedarse con la tierra y las riquezas de los “salvajes”. Cuando hombres luminosos como Belgrano, Moreno y Castelli cantaban, ya en 1810, “ved en trono a la noble igualdad, libertad, libertad, libertad”.
Por eso, los que hoy defienden con toda euforia al monumento del invasor y explotador Cristóbal Colón (en realidad Cristóforo Colombo) son los pequeños de siempre, a quienes les falta la grandeza de analizar a nuestras verdaderas figuras libertarias, que lucharon contra el todopoderoso puño europeo, occidental y cristiano.
Y a los italianos que van a defender a la estatua del mercenario al servicio del rey de España les pido que se organicen para recordar a aquellos humildes obreros italianos que llegaron a estas tierras, como inmigrantes, a trabajar, y desde un principio lucharon por la dignidad de su clase y por leyes obreras como la de la jornada de trabajo de ocho horas, que finalmente consiguieron. Recordarlos es un gesto merecido hacia ellos, los libertarios. Ellos, y no aquellos que vinieron a llevarse el oro y la plata y a esclavizar a las poblaciones autóctonas.
Por eso nada mejor que Juana Azurduy en vez del mercenario “descubridor” Colón, la ética en la historia, y no el oro y la plata por sobre todo.

viernes, 7 de junio de 2013

Abstención (aguante el alcoholismo popular)

Pagan tanto tanto tanto, que hasta sus hijos se resisten a no pagar.
Quieren tener todo a cambio de dinero. Cuando el mundo se haya terminado ellos vana buscar comprarse otro.