domingo, 30 de septiembre de 2012

Al pie de un árbol dolor

Pajarito inconciente dejame de joder, andate a otro árbol, no quiero tanto mal recuerdo para qué?
Porque volves pájaro bobo, tu casa acaso es acá en mi pecho??
No te quiero más, entendelo que a pesar de mi dureza, no soy un árbol. A penas si llego a planta.
Lleguemos a un acuerdo porque es vital que te vayas de mí.
Dejame con mi buenos recuerdos, llevate ese a otro planeta. Evita que en la tierra nadie te vea. Sos un pájaro lleno de enfermedades.
Empiezo a sospechar que sino te doy un motivo probablemente te quedes picandome.

domingo, 23 de septiembre de 2012

La Yegua

 

 
Por José Pablo Feinmann
Una vez muerta Eva Perón, el gobierno justicialista emprende los preparativos de su velatorio. Esa muerte había sido señalada en el devenir de la historia nacional con una precisión raramente vista. Tuvo lugar a las 20 y 25 del 26 de julio de 1952. Durante los años que aún le restaron, el gobierno de Perón instauró en ese hito temporal un noticiero que informara al país de sus avatares. El locutor decía: “El noticiero de las 20 y 25, hora en que Eva Perón entró en la inmortalidad”. Los restos de Eva son trasladados al Congreso Nacional y ahí quedan a la espera de la veneración popular, del amor sin límites de los que ella, cariñosamente, llamó sus grasitas. Sólo ella podía llamarlos así. Se forman largas colas para pasar junto a su figura blanca, embalsamada, mirarle la cara breve y dolorosamente –los que en serio la lloraban, que eran la mayoría– y seguir, dar paso a otro, y a otro y a todos los demás, que ya eran multitud. Al anochecer, el tiempo se pone lluvioso, húmedas las calles y barrosas. “Hasta el cielo se ha puesto a llorar”, dice un tango de Troilo. Bueno, algo así. Las luces son escasas. La cola avanza muy lentamente. Es, imposible dudarlo, una ceremonia fúnebre, un adiós que no se quería, un adiós que –casi como todos, aunque tal vez más– es un hueco que nada podrá llenar. Ella era irremplazable.
En este cuadro de dolor popular (que Borges, en su cuento El simulacro, definirá, con clara precisión y desdén de clase, como “el crédulo amor de los arrabales”, frase que marca a fuego, una vez más, la visión de los civilizados sobre el amor de las almas sencillas, intocadas por la cultura, manipulables, el alma del pueblo bárbaro, siempre materia mansa en manos de los demagogos) surge el personaje central del cuento de Viñas, La Señora muerta. Se llama Moure, y no ha ido al sepelio para ver a la “señora muerta”, ni para besar el féretro ni para aguantarse esa llovizna de julio, fría como la muerte que da marco a todo, pero impiadosa con los huesos, penetrándolos hasta el sufrimiento; tanto, como si nunca fuera a irse de ahí. Moure sí, Moure quiere irse de ese lugar macabro. Pero no quiere irse solo. Tuvo una idea ingeniosa, la perfecta idea de un piola de Buenos Aires, ya que no otra cosa es él, Moure, que fue a la cola de los “crédulos de los arrabales” para hacerse un levante, levantarse una de las tantas minas que estarían hartas ya de esperar su turno y bien podrían volver otro día, mañana por ejemplo, o pasado mañana o la semana siguiente, si nadie sabe cuánto va a durar eso. Mientras el público siga llegando, mientras la cola no disminuya, llueva o no llueva, la cosa va a seguir. Se acerca a una mujer y le da conversación. Al poco tiempo pregunta la pregunta cuya respuesta lo puede meter esa noche helada con una mujer en una cama, ardoroso y hasta desbocado. Le pregunta si no está cansada. Ella lo mira, tiene una cara serena, adolorida, pero ya resignada a ese dolor y tal vez a todos los que vengan de aquí en más. Ella no sabe qué decir. Probablemente no se autorice el cansancio, lo sienta indigno, una traición a la muerta, que se murió por no cansarse nunca, por trabajar hasta el último aliento por los pobres. ¿Así le va a pagar? ¿Con el cansancio mezquino de no tolerar una cola que lleva hasta su cara blanca, que ella quiere ver, y quiere que también ella la vea, porque ella, ahora que es inmortal, puede verlo todo, más que cuando vivía, más que cuando no era como es ahora, como Dios, inmortal? Moure se impacienta. “¿Quiere irse?” “Cuando me sienta bien cansada.” “Pero mire que tenemos para rato.” “¿Lo dice en serio?” “Yo siempre hablo en serio.” “¿Y cuánto dice que falta?”
Moure le acerca el dato: “Unas tres horas”. Antes les ha echado una mirada a los de adelante y vio que eran muchos, demasiados, todos amontonados, indescifrables, turbios en medio de esa oscuridad mojada. Para ella, tres horas son muchas. Aunque, agrega, a la gente le gusta esperar. “Esperar algo, cualquier cosa...”
Algunos soldados, con caras de sueño, reparten sopa, un líquido que echa humo y promete calor. Ella no quiere sopa. De chica se la hacían tragar. “Era un asco.” Moure se siente más firme, la victoria es suya. La cosa viene por el lado del hambre. De pronto, ella lo sorprende con una pregunta que no esperaba, brava la pregunta, difícil: “¿A usted le gustaba?” “¿Quién?” “La Señora. ¿Quién va a ser si no?”
La mujer desconoce que a Moure la Señora le importa poco, que no está ahí por la Señora. Que ahora está ahí por ella, y la mira fijo, y le calcula apenas veinticinco años. “Si me la pierdo soy un... era joven”, dice.
Decide avanzar. No aguanta más. Tiene que resolver ese asunto enseguida. Se le ocurre hablarle del sueño. Si lo tiene, él la puede llevar a dormir. “¿Tiene sueño?” “Hambre tengo.” “¿Quiere...?” “Sí.”
Ya está. La saca de la fila. Buscan un taxi. Ella dice que la lleve a algún lugar cercano. Parece que su cansancio suma tanto como sus ganas de comerse algo, de calentarse el estómago. Moure le dice al taxista a dónde quiere ir y también que no conoce mucho la zona, que él lo guíe. El taxista cumple con su tarea. Llegan al primer lugar. En esa época a los hoteles transitorios les decían “muebles”. (Aunque Viñas evita decirlo en su relato. Buscan un “lugar”.) El lugar está cerrado. “A otro”, ordena Moure. Pero la deriva fracasa una y otra vez. Nada está abierto. La mujer empieza a reírse. Le divierte ese largo paseo en busca de nada. De puertas de chapa con candados enormes. Y esos carteles desteñidos que apenas pueden leerse, aunque todos dicen: Cerrado. “¿Los llevo a otro?”, dice el taxista. “Sí –dice Moure–, pronto. Pero pronto, por favor.”
“Y toparon con otro portón, una gran tabla pintada de gris cerrada con un candado, y la risa de esa mujer aumentó mientras Moure pensaba que lo que a ella le correspondía era quedarse en silencio, tomarlo de la mano y tranquilizarlo (...), pero las mujeres se ponen nerviosas y no sirven para nada y por eso son mujeres.”
“¿Todo está cerrado?”, grita, casi, Moure.
El chofer dice que sí y hasta parece asombrado por la ignorancia de su pasajero: ese hombre no sabe nada de nada, nada de lo que sucede en ese día y hace que suceda esto: que todos los hoteles estén cerrados. Sugiere: “En la provincia”. “¿Seguro?” “No, seguro no.”
Y le explica. Cautelosamente le explica. Como si reflexionara. Buscando darle algo de paz, de serenidad: “Hay que aguantarse. Es por la Señora”. “¿Por la muerte de...?” necesitó Moure que le precisaran. “Sí. Sí.” Locamente estalla: “¡Es demasiado por la yegua ésa!”.
Entonces, bruscamente, esa mujer dejó de reírse y empezó a decir que no, con un gesto arisco, no, no, y a buscar la manija de la puerta.
–Ah, no... Eso sí que no –murmuraba hasta que encontró la manija y abrió la puerta–. Eso sí que no se lo permito... –y se bajó.
Se trata de un gran cuento de David Viñas, antiperonista de toda la vida, pero un hombre que siempre tuvo su corazón del lado de los humildes. No es por otro motivo que su narración cala hondo en la conciencia autónoma, lúcida, de esa mujer sencilla. Que dice no, eso sí que no. Que pone un límite. Que afirma su opción libre, su amor no manipulado, no “bárbaro”, por la señora muerta que ese día no pudo ver. Viñas jamás habría escrito una blasfemia como la de Borges. Si algo revela la elección de la mujer ante Moure, decirle no, decirle “eso sí que no se lo permito” es su amor auténtico por la Señora. Su amor, que tal vez sea “el amor de los arrabales”, no es “crédulo”. Este adjetivo lo usa la derecha rancia y despectiva de este país para denigrar las opciones de los humildes. Su amor es tan crédulo que los tiranos lo atrapan con facilidad y lo instrumentan para sus proyectos propios, siempre opuestos a los transparentes valores de la república, de la cultura. Queda planteada una difícil pregunta para las clases poseedoras, los “dueños de la tierra”, como los llamó Viñas en una de sus primeras novelas: ya que ese amor, el de los arrabales, es tan crédulo, tan fácil de manipular, ¿por qué tanto les cuesta apropiárselo? ¿Por qué se lo apropian los tiranos y no los hombres de luces, de cánones y latines, los hombres “de bien”?
Tampoco Moure evita dejar caer sobre Eva Perón el adjetivo con que más se la señalaba en las reuniones oligárquicas o en los casinos de oficiales: yegua. El Diccionario de Salamanca ubica al adjetivo yegua dentro del lenguaje masculino. Significa vulgar. Pero también: “Mujer llamativa o que tiene muy buena figura”. Nadie ignora que una “mujer pública” como era Eva Perón y también una “mujer llamativa” o con muy “buena figura” configura en el imaginario soez de las clases altas la abominada figura de la hetaira. Ajena a la mujer de la burguesía, que pertenece ante todo a su familia, a su hogar, a la crianza de sus hijos. Sin embargo, los seres marginados por la cultura y la jactancia de clase de los dominadores saben dónde poner sus amores. No son crédulos de los arrabales sobre los que las clases altas deban imponer su linaje y conducirlos. Son seres libres, libremente han elegido sus opciones y libremente las defenderán. Si alguien les dice “yeguas” a las mujeres por las que han decidido ser representados, dirán con simpleza, pero para siempre: –Eso sí que no se lo permito.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Me aturden las recetas, los estereotipos, los modelos de vida. Las rutinas, lo establecido.
Me provoca un ciego vacío, una caida sin tiempo, sin espacio. Sin final.
Me dejo sobrepasar por cada paso firme, pero de tan poca trascendencia que no se entiende. Suelo ser poco detallista para las boludeces y la gente boluda. Es mi fisura más patente.
Me siento un día liviana, y pesada en el resto de la semana. Cuesta ser voz fuerte entre tanta voz acatarrada por la ignorancia.
Y sin disimulo me arrastra este viento social, que sopla siempre mirando al norte. Pero yo no, yo amo el sur. Su frío, su olvido, su desierto, su infinito invierno, su triste fin, su debajo.

domingo, 16 de septiembre de 2012

La esperanza dejo de ser algo que utilice sin motivos. La guardo para cuando la vida la sugiera.
Ya no tengo vida más allá, tengo acá, la lucha, la vida, la pasión.
El mundo se hace un hoy super palpable. Super presente.
Esquivando el mal momento, hago de todo algo bueno. Curo heridas que traigo por el pasado.
Ya no a la manera que surge, sino con la profundidad de una cura a sabiendas.
Seguir porque si no es tan la mía, seguir convencida aunque haya algo que reparar. Aunque queden cosas sin ordenar.
Seguir por todo lo que queda, por todo lo que está. La vida hoy es vida, y ya no un tango de Lepera.
La cruz de un Jesús que ardonaron un par de homicidas, ya no me da vertigo. Me da luz y energía para construir casas, y  no cruces.
Y así vamos arriesgandonos con cada día, despertandonos en cada latido, en cada cosa que hacemos. En cada vida, en cada lugar. Sin vos, con vos, entre todos.
Parados junto a aquellos que nos buscan mejorar, que nos saca todo el caudal de amor interno. Sin esos, sin ese gran empuje, a dónde vayamos será perdida...Con ellos hasta el final.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Se tomaba el cafe desde lo habitual, leía el diario desde lo cotidiano, e incorporaba su estructura desde lo conocido.
El robot de carne y hueso partía nuevamente a su currelo.Cordinaba sus pies de manera tal que no tropezaba nunca. Se notaba, que los manuales de la época habían mejorado muchísimo con respecto al pasado.
Pero para mi, era todo más lindo cuando la gente caía, sonreía y lloraba.

jueves, 6 de septiembre de 2012

La paz del odio

Con la llegada de este tipo hindú de aspecto simpático, y aires de espiritualidad. Se me dispararón todas las preguntas habidas y por haber.
Primero porque es tan "amado" por las clases más puedientes, y cuanta gente, esta tan necesitada de afecto en este mundo, que se moviliza por un tipo que dice solamente que respirar es la onda.
Y cuando hoy me entere que el tipo es convocado a la ciudad por nuestro siniesro gurú, el queridisimo Mauricio Macri. Dije, ya estáaaa..Era lo que necesitaba escuchar.
El poder del amor Macri??? Yo considero que puede ser que con los años uno se va volviendo más ingenuo que lo que realmente uno se da cuenta. Pero entregarme a un tipo que me quiere corromper el alma???
Por favor, la soledad que me van dejando estos tipos, estas miserables manifestaciones del odio camufladas de tunicas, teatros de respiración...A mi me colman, me dejan angustiada...Cómo dejarle todo a estos tipos?? Cómo cayar ante tanta petulancia?? Cómo hacerse el que esto no pasa...O no compartir la indignación, porque es "esperable"...O yo sere pretensiosa? O pretendo más del otro...Por más que el otro no tenga un vuelo para más..

Sigamos esperando lo mejor, porque sino no llega, no llega, no llega.