domingo, 29 de septiembre de 2013

Excelente resumen

De como funciona la mente escasa de algunas clases en la Argentina:

 1) La clase media no quiere ser lo que es. Quiere ser clase alta. No clase baja. 2) Cuando los gobiernos populistas les posibilitan acceder a un buen nivel económico (que habían perdido bajo un gobierno neoliberal) se siente otra vez clase alta y busca destituir a los impresentables populistas. 3) Suben otra vez los neoliberales de las clases acomodadas. La clase media vuelve a arruinarse. Vota otra vez al populismo. Y así hasta el agobio, o el vértigo.

Según JPF.


Vergüenza es Lanata y Violencia es Macri.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Historias del horror

 

 Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
Hay hechos que avergüenzan a la humanidad y hay otros que hacen nacer esperanzas. Lo que en estos días ocurrió en Francia es un ejemplo de eso: el horror, pero la contrición. Ese reconocimiento del acto deshonroso. El presidente de Alemania, Joachim Gauck, fue a Oradour para pedir perdón por uno de los crímenes más abyectos de la historia del ser humano.
En 1944, las tropas alemanas que ocupaban Francia destruyeron totalmente la aldea de Oradour y dieron muerte a sus habitantes: 642 personas. A todos los hombres, las mujeres y los niños.
Sí, 207 niños. 207 niños, repetimos. 207. Niños. Es increíble. Jamás se va a poder disculpar un crimen tan abyecto. 207 niños. Fusilados. Lo podríamos escribir cien veces pero no lo lograríamos entender, y menos disculpar. Eso lo hicieron “hombres uniformados”. Hombres. El 10 de julio de 1944. Han pasado 69 años. El actual presidente de Alemania, Joachim Gauck, ha sido el primero que se ha atrevido a viajar a esa aldea francesa. Los franceses la tienen como monumento y la han dejado tal cual la destruyeron las tropas enemigas. Todo en ruinas, hasta la iglesia. Es un lugar para que quede constancia de lo que puede llegar a hacer un poder militar sobre otro. Y fusilar a la población: 181 hombres, 254 mujeres y 207 niños. 207 niños. 207.
En el acto que se llevó a cabo frente a las ruinas de la iglesia se abrazaron el presidente alemán, Gauck; el presidente francés, Hollande, y el único sobreviviente de la matanza, Robert Hébras, que hoy cuenta 89 años de edad.
El abrazo de los tres hombres duró varios minutos y se los vio a los tres plenamente emocionados. Luego, los tres depositaron flores en el cementerio de la aldea. Al final de los actos, el presidente alemán escribió en el Libro de Oro de Oradour, que es un libro de duelo, lo siguiente: “Con espanto, conmovido y con repulsión estuve yo ante lo que se llevó a cabo por orden del comando alemán. Y quiero dar testimonio de que hoy existe una Alemania pacífica y solidaria. Y así tiene que ser para siempre”.
En los ojos del presidente alemán había nuevamente lágrimas. Es que no podía ser para menos cuando vio cómo quedó en ruinas el lugar, con casas derruidas, autos y carros quemados en la calle, y tumbas, tumbas, tumbas... un monumento a la crueldad que jamás se podrá borrar.
En la aldea más próxima a Oradour, Tulle, el ejército nazi ahorcó a 99 habitantes, que fueron colgados de balcones, como venganza por un ataque que habían sufrido por parte de partisanos.
Pero, aparte de los detalles, lo que queda de esta lección es algo que no puede entenderse ni perdonarse: el fusilamiento de niños. 207. No queda otra cosa que repetirlo, que anunciarlo: ¡207 niños! ¡Doscientos siete niños! Porque no cabe en la cabeza de nadie, ni del más cruel.
Como argentino no puedo dejar de recordar lo que hicieron nuestros militares durante la última dictadura: el quitarle los niños a las mujeres prisioneras encintas, en el momento de dar a luz. Y luego llevarlas a aviones militares que arrojaban vivas a esas mujeres madres al Río de la Plata o al mar. Y, al mismo tiempo, esos niños que recién habían abierto sus ojos al mundo eran regalados con preferencia a familias de militares sin hijos. Me pregunto: ¿cuál es una crueldad mayor, la de los militares alemanes en Oradour o la de los argentinos? ¿Videla, Massera y Agosti y sus secuaces?
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Así como el presidente alemán fue a Oradour a pedir perdón, así los comandantes actuales del Ejército, la Marina y la Aeronáutica deberían hacerlo al pueblo argentino ante el monumento a Nuestras Madres Desaparecidas, que deberíamos levantar los argentinos. Porque si bien en nuestro país se llevaron a cabo juicios a casi todos los responsables de esos crímenes abyectos y cobardes, falta todavía la contrición de las instituciones como tales. El presidente de la nación alemana era apenas un niño cuando ocurrieron esos crímenes, sin embargo llevó a cabo lo que correspondía como representante de la nación culpable. Lo mismo deben imitar ante nuestro pueblo esas instituciones militares. No va a ser un desdoro, sino un gesto de humildad para que jamás vuelvan a ocurrir crímenes tan crueles y vergonzosos. Un país que sigue mirando para otro lado cuando se le reprocha ese crimen que cometió con las minorías armenias es Turquía. Pero ya lo está pagando. Ultimamente fue candidata a ser sede de las Olimpíadas, pero quedó afuera. Y esto se debió en gran parte a los movimientos populares armenios que no cejan de luchar para que por fin Turquía reconozca el nefasto crimen cometido contra un millón y medio de armenios hace casi un siglo. Buenos Aires acaba de ser testigo de las marchas de protesta que hicieron los argentinos de origen armenio contra la presencia de Erdogan, el mandatario turco durante su estada en Buenos Aires. Pero, además, siguen en la propia Turquía las protestas. Ha sido una acción armenia de puro coraje. Es que ahora el racismo de los turcos ha llegado a límites imperdonables. Los diarios alemanes acaban de publicar lo que los turcos han llevado a cabo con el llamado Gezy Park, donde existía antes el cementerio armenio.
Señala el diario alemán Frankfurter Zeitung: “Donde están ahora el Hotel Divan y el Museo Militar hasta llegar al Hilton Hotel, era antes el cementerio armenio. Si se hace un foso en el Parque Gezy vamos a encontrar las tumbas armenias. Es que sobre ese cementerio erigieron hoteles de lujo y así ganaron una fortuna, utilizando el terreno del cementerio armenio y de la iglesia armenia. Acerca de eso ordenaron una campaña de silencio, ‘de eso no se habla’. Lo que los turcos hicieron con los armenios lo repitieron con los griegos y los arameos. Y ahora, desde hace treinta años, lo llevan a cabo con los kurdos. Lo vemos en la campaña de los diarios turcos. Todas las calles donde antes vivían los armenios ahora llevan los nombres de los genocidas turcos, lo mismo que las antiguas escuelas armenias tienen hoy el nombre de los genocidas turcos. Los armenios le acaban de gritar a Erdosian: ‘¡Terminen con los hoteles de lujo, basta con el museo militar y devuélvannos nuestro cementerio!’.”
La lucha de los pueblos por la vida. Y a veces se obtienen triunfos. Erdogan salió derrotado de la Argentina. Con esa realidad de su país, le votaron en contra. Nada de Olimpíadas en un Estado donde la represión es la política diaria. Como decimos siempre, puede durar a veces mucho, pero al final siempre triunfa la Etica.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Las grandes alamedas

 

 Por José Pablo Feinmann
Ni que se haya convertido en la fecha de la caída de las Torres Gemelas evitará que –para nosotros, para los hombres y mujeres de América latina– el 11 de septiembre sea la fecha del golpe de Estado más detestable de los tantos que padecimos. Se trataba de un gobierno elegido democráticamente. Se trataba de un país con un ejército que –a diferencia de los de nuestro continente– había sido guardián del orden constitucional. Se trataba de un presidente que era un hombre noble, con ideas e ideales, un hombre honesto y un hombre valiente. Había tenido un gran apoyo de las masas obreras. Y una queja constante, un repudio sin tregua, del MIR, el principal grupo armado de Chile. Finalmente, todos los sectores de la sociedad –menos los obreros– se unificaron para voltearlo: el ejército, los medios de comunicación, los gremios, las clases altas, las clases medias y –con un empeño criminal, furibundo– los Estados Unidos de Nixon y Kissinger. Las clases medias inauguraron la modalidad de salir a la calle con cacerolas y atronar el país pidiendo la renuncia de Allende.
Allende fue el más original, el más creativo de los líderes socialistas del siglo XX. Descreyó de la célebre dictadura del proletariado y eligió el camino democrático, pacífico al socialismo. Si ese camino fracasó, no menos fracasaron los otros. Con una enorme diferencia. Allende no dejó decenas o decenas de miles o millones de cadáveres tras de sí. Ni presos políticos tuvo. Confiaba en solucionar la antinomia entre socialismo y democracia, que el mandato de la dictadura del proletariado (que viene de las páginas de Marx y que éste asume como su mayor aporte a la teoría política) obliteraba. La derecha –beneficiada por los errores y por las muertes de los socialismos triunfantes y luego derrotados– no tiene rédito alguno para sacar de la experiencia de la Unidad Popular. Salvo que digan que nacionalizar el cobre equivale a fusilar enemigos políticos, o peor aún.
En su último mensaje, don Salvador Allende dijo a su pueblo y a todos los pueblos de América: ¡Trabajadores de mi Patria!: Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que por lo menos será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
El criminal de guerra Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, peor criminal de guerra aún, odiaban a Allende con una pasión enfermiza. En octubre de 1970, Nixon dijo sobre él palabras injuriosas: “That son of a bitch, that bastard...”
Pero esa imagen de este hombre sereno –aunque capaz de encarnar la fuerza de un tornado–, que lo único que nos dejó, como pertenencia, fue el pedazo ensangrentado de uno de los vidrios de sus anteojos, este hombre maduro, con canas, que sale de La Moneda con casco de guerra y metralleta, para morir peleando, tal vez insensatamente, pero como él lo sentía, es, para mí, el símbolo más puro de la rebeldía, porque trató de cambiar el mundo por los caminos de la democracia y de la paz, y porque no pudo, porque los asesinos del poder internacional no lo dejaron, agarró una metralleta, se puso un casco de guerra y decidió (como esos bravos, legendarios marinos con sus barcos) hundirse con su causa. ¡Ah, don Salvador Allende, ojalá hubiera yo tenido alguna vez en mi patria un líder como usted! Simple, duro, pero sensible, amigo y compañero de la gente de su pueblo, sin sinuosidades, con una sola palabra, la misma de siempre, la que marcó la coherencia de sus días y, por si fuera poco, con ese coraje, don Salvador, que le hizo decir: De aquí no me voy, que sigan otros, no van a faltar, y van a llevarme en sus corazones como a un hombre puro, como a un guerrero y como a un demócrata que les va a henchir el pecho de orgullo y de exigencias perentorias. Porque, de ahora en más, todo chileno que sepa que tiene detrás la figura de Salvador Allende, sabe que no se viene a la vida a jugar, a gozar de las liviandades y las tentaciones, sino a meterle el alma y el cuerpo a las causas duras, las de la injusticia, las del hambre, las de la tortura y la muerte. Es mi legado.
Lo es. Tenía la cara de un hombre bueno. Vestía de civil. No andaba ostentando armas ni uniformes bélicos. Se metía entre los obreros. Hablaba en sus asambleas. Les pidió, al final, que se cuidaran. Que no se dejaran sacrificar fácilmente por los carniceros que se cernían sobre Chile. Cuando Castro lo visitó le dijo que tenía que recurrir a la violencia si quería sostenerse. Allende no lo hizo. De la violencia se ocupaban los guerrilleros del MIR que, desde luego, lo acusaban de burgués conciliador. ¿Por qué se habrán preocupado tanto los de la CIA y Nixon y Kissinger por un burgués conciliador? ¿Por qué el ejército habrá bombardeado La Moneda? ¿Por qué el diario El Mercurio (al que Nixon le dio dos millones de dólares para desestabilizar su gobierno) lo atacó sin piedad ni vergüenza? ¿Por qué las conchetas chilenas, que son terribles, salieron con sus cacerolas para injuriarlo? ¿Sólo porque era un burgués conciliador? Los del MIR fueron funcionales a los golpistas que, salvo los que se fugaron, murieron todos, en el Estadio Nacional o en las más siniestras mazmorras, tan cruelmente como los líderes de la Unidad Popular. No, Allende no era un burgués conciliador. Era un socialista temible. Porque había elegido la democracia (el arma ideológica que la derecha cree suya) para ir hacia el socialismo. Pero, luego, hizo algo peor. Murió con su causa. Dejó, para el socialismo, un ejemplo moral incuestionable. Y murió sin perder sus esperanzas. El hombre libre volverá. Las altas alamedas lo esperan. Bajo ellas se fue Allende de este mundo.