domingo, 18 de noviembre de 2012

Rockería de Bernal

Arrancamos en la camionetita de un pibe del barrio y de la escuela, amigo de los amigos, esa cosa que tiene la adolescencia, sin conocerte te conoces por conocidos.
Desde atrás, estabamos dos amigas, yo, y cuatro pibes más, uno de ellos mi mejor amigo, que medía dos metros, si, no exagero, dos metros. Sus piernas ocupaban tanto que fue divertido entrelasarse para poder estar bien.
Era pleno invierno, o el frío que sentiamos al estar atrás me hace recordar que lo era.
Envueltos en un trapo, cantando el mambo de la botella. Recuerdo que me gustaba fanfarronear con canciones que solo los que escuchaban de posta una banda sabían. Y ese flaco, ese que te interesa se la sabía de pe a pa, y me hizo la gamba y la cantamos entera. Siempre luego lo recordaríamos como una de las cosas que nos comulgo para toda la vida. Aunque haya durado solo años.
Pasamos por una villa infinita, sin luces, una ruta bien oscura, y el frío siempre persistente. Pero tan metidos en el rock, que no había ni miedo, ni sobre saltos. Cuando llegamos estacionamos la camionetita, y recuerden el detalle de camionetita por el final de esta preciosa historia de recital.
Nos fuimos a hacer la cola para entrar. Muertos de frío. Pero llenos de felicidad. En ese momento de la vida, cualquier cosa simple era motivo de azaña.
Seguíamos allí, hasta que uno, siempre había uno..Pelo un fuego y quemo un par de gomas tiradas en el lugar. Como en una especie de corte de ruta, pero sin ruta, solo con rock. Y nos guaresimos, apretados contra ese fuego del caucho, con un olor impregnante, y el humo negro, que sin mediar distancia, pinto de color mi nariz y mis labios. Y estabamos sin dudar sabiendo de nuestras presencias. Y algo se corto, por mi nivel elevado de ingenuidad de ese momento, los 17 son lindos para safar de todo. Y ya casi cuando nos convertiriamos en estalactitas humanas entramos.
Al ingresar, cuadros de bandas milenarias, una pintura sobre otra, y muchos hermanos, de sangre, de barrio, de pasiones, de costumbres. De maneras, de vida.
Buscabamos ver el show desde el mejor lugar, y como lugar había mucho, y calor sobraba, y eramos todavía contados, todavía se podía mantener lazos entre esa cantidad. Más tarde se iba a complicar.
Con las pibas, con esas que no usaban el prejuicio y seducian desde un lugar barrial. Sin flequillo identificatorio, sin pañuelos, ni lenguas, ni esteriotipos, eramos pocas, pero bancabamos esa parada.
Y los momentos de licergia, sin presumir de drogas. Esos que te estallaban la risa más bonita, la interior…Un flaco de medio metro de altura, casi como yo, me levanta sobre su hombro, me siento un cajon de sodas, y le pego para que me baje..Mis amigas sin creer que alguien tan pequeño pretenda levantarme de prepo. Y yo riendo y cayendo del aire..Una extraña situación y risas en forma de aplausos a la diversión. Que llegaba desde el escenario. Desde la buena onda de todos nosotros. Eramos jovenes, queríamos amor, divertirnos, y cantar canciones. Queríamos que sea toda la noche noche, no queríamos que se terminará, pediamos mucho más repertorio del que la banda tenía.
Eran las viejas, era el sur del conurbano, era en la rockería de Bernal, fue una noche preciosa.
Y al terminar nos reunimos con los otros.
El dueño de la camionetita no venía. Y decididamente, cuando pensaba que el delirio había concluido. Mi amigo de dos metros, junto a los otros pibes bajaron de la vereda a la camionetita. Era tan chiquita que pudieron bajarla con la fuerza.
Al llegar el flaco, me tente tanto de la risa que me sigue dando risa la situación.
El flaco se quedo pensando si la había estacionado ahí o algo había pasado. Nadie le dijo la verdad. Yo llegue a casa y me seguía riendo. Y nada quedaba definido.
Pero estaba todo dicho.
Los dulces 17 y el rock que me venía acompañando hacia ya unos años, me hacian madurar el amor. Era todo feliz. Nada se desvanecia. Y sabía que todas las noches iban a ser así. Y hubo mil más. Pero esa fue una muy linda y digna de recordar.

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