Hay días que siento músicas dulces dentro de mí, y se me
nota al mirar. En vivir, en salir a pasear con la misma cara, pero con algo que
decir.
El humor me llena de ganas, la lluvia moja y salpica
alegría. Cualquier adversidad es salsa y merengue. Dulce y salado, amor y
gratitud.
Pero viene finalmente la noche, aquella impiadosa.
Se asoma junto a los que no están, no estuvieron o se fueron
sin decirme un poco de nada, y todo el silencio de horror.
Tanto ciclo ininterrumpido a veces mata, vuelve loco a cada
segundo, y se va y retoma fuerzas para recordármelo siempre.
Quiero ser más noble, más joven de alma, de criterios
incuestionables. Que todos hagan la excepción de mirarme con la mirada esa de
comprensión que yo a veces tengo.
Pero no pasa, es un bondi que no pasa.
Me suena que no se vivir tan bien la vida, o tan como se
debe sentir.
Y caigo, y salgo, me destapo, vuelvo a hundirme.
Es acaso lo mío, un poco desprolijo, por no decir,
desaliento eterno.